La Vieja Ramona, la aguja y la inteligencia.
Una tarde la gente vio a Ramona, la vieja del pueblo, buscando algo en la calle frente a su choza. Todos se acercaron a la pobre anciana y le preguntaron “¿Qué pasa? ¿Qué estás buscando?”.
“Perdí mi aguja”, dijo ella. Y todos la ayudaron a buscarla, hasta que alguien le preguntó: “Ramona, la calle es larga, pronto no habrá más luz. Una aguja es algo muy pequeño ¿por qué no nos dices exactamente dónde se te cayó?”.
“Dentro de mi casa”, dijo Ramona.
“¿Te has vuelto loca?”-preguntó la gente-“Si la aguja se te ha caído dentro de tu casa, ¿por qué la buscas aquí afuera?”.
“Porque aquí hay luz, dentro de la casa no hay”. – exclamo Ramona.
“Pero aun habiendo luz, ¿Cómo podremos encontrar la aguja aquí si no es aquí donde la has perdido? Lo correcto sería llevar una lámpara a la casa y buscar allí la aguja”.
Entonces, Ramona sonrió…
“Sois tan inteligentes para las cosas pequeñas ¿Cuándo vais a utilizar esta inteligencia para vuestra vida interior? Os he visto a todos buscando afuera y yo sé perfectamente bien, lo sé por mi propia experiencia que lo que buscáis está perdido dentro. Usad vuestra inteligencia ¿por qué buscáis la felicidad en el mundo externo? ¿Acaso lo habéis perdido allí?”.
Los siete tarros de oro.
Al pasar un barbero bajo un árbol embrujado, oyó una voz que le decía: “¿Te gustaría tener los siete tarros de oro?”. el barbero miró en torno suyo y no vio a nadie. Pero su codicia se había despertado y respondió anhelante: “Sí, me gustaría mucho”. “Entonces ve a tu casa en seguida”, dijo la voz, “y allí los encontrarás”.
El barbero fue corriendo a su casa. Y en efecto: allí estaban los siete tarros, todos ellos llenos de oro, excepto uno que estaba medio lleno. Entonces el barbero no pudo soportar la idea de que un tarro no estuviera lleno del todo. Sintió un violento deseo de llenarlo; de lo contrario no sería feliz.
Fundió todas las joyas de la familia en monedas de oro y las echó en el tarro. Pero éste seguía igual que antes: medio lleno. ¡Aquello lo exasperó! Se puso a ahorrar y a economizar como un loco, hasta el punto de hacer pasar hambre a su familia. Todo inútil.
Por mucho oro que introdujera en el tarro, éste seguía estando medio lleno. De modo que un día pidió al rey que le aumentara el sueldo. El sueldo le fue doblado y reanudó su lucha por llenar el tarro. Incluso llegó a mendigar. Y el tarro engullía cada moneda de oro que en él se introducía, pero seguía estando obstinadamente a medio llenar.
El Rey cayó en la cuenta del miserable y famélico aspecto del barbero. Y le preguntó: “¿Qué es lo que te ocurre? Cuando tu sueldo era menor, parecías tan feliz y satisfecho. Y ahora que te ha sido doblado el sueldo, estás destrozado y abatido. ¿No será que tienes en tu poder los siete tarros de oro?”.
El barbero quedó estupefacto: “¿Quién os lo ha contado, Majestad?”, preguntó.
El Rey se río.
“Es que es obvio que tienes los síntomas de la persona a quien el fantasma a ofrecido los siete tarros. Una vez me los ofreció a mí y yo le pregunté si el oro podía ser gastado o era únicamente para ser atesorado; y él se esfumo sin decir alguna palabra. Aquél oro no podía ser gastado. Lo único que ocasiona es el vehemente impulso de amontonar cada vez más. Anda, ve y devuélveselo al fantasma ahora mismo y volverás a ser feliz”.