Dos espectros fantasmagóricos creados por una maquina de fantasmas.

Durante el siglo XIX surgió una forma muy popular de entretenimiento consistente en revivir a los muertos desde un escenario y ante un público ávido de sensaciones. La persona que inicio estos espectáculos fue el óptico belga Étienne-Gaspard Robert. Gracias a un sistema de su invención, que incluía desde distintos accesorios, como espejos cóncavos y lentes convexas, hasta ayudantes ocultos, logro atraer del más allá a los fantasmas de Voltaire, Rousseau o Robespierre.

El éxito cosechado en sus funciones atrajo a numerosos embaucadores que, con métodos parecidos, aseguraban poder invocar a los espíritus de familiares fallecidos a cambio de un precio determinado.

Con el tiempo estos espectáculos fueron volviéndose repetitivos, pues los falsos espectros no podían desplazarse y se mostraban como simples apariciones estáticas y efímeras. Al menos hasta 1863, cuando el químico John Henry Pepper perfecciono las denominadas máquinas de fantasmas: situaba bajo el escenario a una persona que, vestida de blanco, era bañada de luz; acto seguido, su imagen se reflejaba sobre un espejo de cristal no azogado que, inclinado e invisible al público, permitía crear una sensación de movimiento.

Con una mezcla de terror y fascinación, los asistentes veían como esas supuestas entidades se levantaban de su tumba para relacionarse con los vivos.