Imagen del “El Castillo de La Boca”. conocido también como la torre fantasma

Te has preguntado alguna vez, que pasaría si vivieras en carne propia una leyenda… en cuentos e historias de cuestión saber te invitamos a leer la leyenda de María Humala.

 

Hace algunos años, cuando aún éramos estudiantes universitarios, mi novia, Ángela, y yo decidimos tomarnos unas “vacaciones solidarias” lejos de nuestro país.

 

Tras un largo viaje, terminamos en una aldea de los Andes, donde colaboraríamos con el misionero franciscano don Faustino García, que era tío materno de Ángela.

 

Con nosotros llegó otra cooperante española, una chica muy simpática llamada Eva Gómez, que, según nos contó ella misma, estudiaba Medicina en Madrid y colaboraba con una ONG médica de inspiración católica. Ella se ocupaba de atender a los enfermos, mientras que Ángela y yo dábamos clases de enseñanza primaria en la pequeña escuela misional.

 

Se decidió que los hombres dormiríamos en la casa parroquial, mientras que las chicas lo harían en un viejo almacén donde habían instalado unos catres.

 

En el pueblo circulaba una leyenda sobre una mujer llamada María Humala. Esta era una mujer muy bella, pero una tarde, mientras recogía agua en el río, había sido violada por un desconocido y desde entonces nunca había vuelto a ser la misma. Dejó de hablar y su cuerpo sufrió un rápido deterioro, hasta adquirir un aspecto horrible. Finalmente huyó de la aldea y se fue a vivir al monte, como un animal salvaje.

Los indios, aunque ya llevaban bastante tiempo sin verla, aún le tenían miedo y la consideraban una especie de vampiro. Don Faustino pensaba que aquella pobre mujer, en el caso de que hubiera existido realmente, había perdido la razón a causa del trauma o de alguna enfermedad venérea.

 

Pero entonces llegó la noche en la que conocí el verdadero significado del miedo. Me hallaba acostado en el dormitorio que compartía con don Faustino, pero, mientras que el buen fraile dormía como un bendito, yo estaba desvelado, lo cual me permitió oír un ruido extraño procedente del almacén donde dormían las chicas. Me levanté sin despertar al misionero y, cuando llegué allí, vi que Ángela había desaparecido, mientras que Eva estaba atada y amordazada sobre la cama. Aunque no podía gritar para pedir auxilio, Eva había conseguido llamar mi atención tirando un mueble de una patada. Cuando le quité la mordaza, me dijo:

 

-¡Fue Ángela quien me hizo esto!

 

De pronto se levantó de la cama y empezó a caminar hacia la puerta. Le pregunté adónde iba, pero no me respondió. Pensé que estaba sufriendo un ataque de sonambulismo, así que intenté detenerla, pero ella se arrojó sobre mí y me amordazó antes de que pudiera gritar. Luego se marchó sin decir nada.

 

Aquello parecía increíble y la única explicación lógica era que Ángela se hubiera vuelto loca. Pero, fuera como fuera, debíamos hallarla cuanto antes, así que salimos a buscarla.

La encontramos poco después, desmayada entre unos arbustos. Vimos, aterrorizados, que tenía el cuello y el pecho completamente teñidos de rojo, a causa de la sangre que manaba de su garganta.

 

Agachada a su lado, en ademán de lamer la sangre, se hallaba el ser más horrendo que había visto en mi vida. Era una anciana esquelética y harapienta, de aspecto tan repulsivo que no parecía un ser vivo, sino una momia inca revivida por algún hechizo diabólico.

 

Aún hoy me estremezco al recordar su rostro amarillento y deforme, su piel apergaminada y, sobre todo, sus ojos refulgentes, en los que parecía arder una vida antinatural y larvaria, más terrorífica que la misma muerte.

 

Cuando aquella bruja fue consciente de nuestra presencia, nos dedicó una mirada de odio y un grito semejante al rugido de una fiera, que nos dejó paralizados de horror durante unos segundos. Entonces aprovechó nuestra indecisión para levantarse de un salto, con una agilidad impensable en un ser tan decrépito, y huir hacia los matorrales. No sin esfuerzo, conseguí reunir algo de valor y empecé a perseguirla, tras pedirle a Eva que intentara reanimar a Ángela.

 

Pero la vieja sabía moverse por el monte mejor que yo y, cuando llegué a los matorrales, ya había tenido tiempo de desaparecer entre las tinieblas de la noche. Sintiéndome indefenso en aquel lugar tenebroso, donde podían estar acechando bestias salvajes o cosas todavía peores, di media vuelta y volví con las chicas.

 

Gracias a las atenciones de Eva, Ángela había dejado de sangrar, aunque seguía inconsciente.

Como había perdido mucha sangre y presentaba signos de hipotermia, tuvimos que trasladarla al hospital más cercano. Don Faustino y yo nos quedamos varios días con ella, esperando a que los médicos le dieran el alta, mientras Eva se ocupaba de la misión.

 

Cuando recobró la conciencia, Ángela nos dijo que no recordaba nada de aquella noche, salvo una dulce voz femenina, que le había hablado en sus sueños, ordenándole ir a donde no quería ir y hacer lo que no quería hacer. Los médicos no se atrevieron a decir qué animal o criatura podía haberle causado las heridas del cuello, pero lo importante es que estas, una vez curadas y desinfectadas, se desvanecieron más rápidamente de lo normal.

 

Para los indios estaba claro que María Humala, aquella siniestra bruja de los Andes, había manipulado a Ángela con un hechizo para atraerla hacia su guarida. Y la verdad es que ni don Faustino ni yo nos atrevimos a contradecirlos.

 

Pero las sorpresas aún no habían terminado. Cuando por fin pudimos volver al pueblo, con Ángela ya recuperada, aunque todavía bastante débil, los indios nos comunicaron que Eva había desaparecido sin dejar rastro y que todos sus esfuerzos para encontrarla habían resultado inútiles. En un primer momento, todos nos temimos que hubiera sido asesinada por María Humala, pero entonces empezaron a atormentarme ideas que hasta entonces ni siquiera se me habían ocurrido. Si realmente hubiera sido María Humala quien mordió a Ángela, ¿por qué no tenía ni una sola mancha de sangre en sus labios? Pensándolo bien, era bastante improbable que aquella decrépita bruja pudiera morder a alguien, pues seguramente ya no le quedaban dientes en la boca. Entonces me pregunté si María era realmente un vampiro o si, simplemente, había sido usada por el verdadero monstruo para desviar nuestras sospechas.

 

Nunca más volvimos a saber nada de Eva. Tanto su presunta universidad como la ONG que colaboraba con la misión negaron todo conocimiento de ninguna Eva Gómez.

 

Créditos al autor que seguramente pertenece al grupo facebook Cuentos, relatos, historias.